Paz positiva

La memoria tiene una inmensa fuerza educadora y se recurre hoy constantemente a ella en la educación para la paz. Para ello se recuerdan tiempos y situaciones marcados por la guerra y la violencia, que se presentan como algo rechazable, tratando de mostrar el insondable dolor, pérdida y daño que han generado. En gran medida se han centrado los intentos de recurrir a la memoria en la educación para la paz y la convivencia en el recuerdo de desastres, horrores, sufrimiento, perdida e injusticias, que educan para el “nunca más”. Toda Europa está sembrada de lugares del recuerdo como fosas, cementerios, campos de concentración, monumentos a los caídos que testimonian en mayúsculas el horror, el sacrificio y la culpa.

Sin embargo por sí sola la memoria así plasmada al educar para el “nunca más”, educa únicamente para una de las dos dimensiones de la paz, que los expertos coinciden en llamar “paz negativa”, paz del NO a la guerra y a la violencia. Pero entrelazada de forma inseparable con esa paz del NO hay lo que los mismos expertos, encabezados por Adam Curle, Johan Galtung y J.P. Lederach, llaman “paz positiva”. La manera más coherente y vital, que responde a necesidades humanas fundamentales, de entender esa dimensión de la paz, es la paz del SI a la convivencia en equidad y al engarce de vidas que se ayudan, sostienen, enriquecen y salvan entre sí, motivadas, no por un cálculo de interés personal, sino por compasión y afecto hacia un ser humano.

Esa paz positiva hace la vida posible, mantiene al mundo unido, sostiene la historia, es poética, sabe ser rebelde, es algo evidente y contamos con ella en nuestra vida diaria..

Sin embargo, paradójicamente, al hacer memoria de tiempos y situaciones de violencia se recogen sólo recuerdos que muestran esa guerra y las violencias. El rechazo que generan educa para el “nunca más”, algo necesario pero que deja de lado la dimensión de la paz relacionada más estrechamente con la vida, con lo que se pierde la fuerza que esa dimensión aporta.

El repertorio que entra en juego al construir la memoria colectiva de tiempos y situaciones violentos es como un teclado al que le falta la tecla de los recuerdos con hebras de paz con lo que la memoria así construida educa para el “nunca más”, para una paz de justicia, pero no para una paz reconciliadora. El Proyecto Hebras al injertar esa tecla de hebras de paz en el teclado cambia toda su melodía.

El injerto de relatos con hebras de paz en la memoria, introduce en ella una minúscula dimensión de paz positiva. Desde ahí, estas hebras presentan con toda su crudeza el contexto de violencia en que afloran, muestran y hacen sentir que bajo esa violencia devastadora siguen discurriendo ocultos los engarces de apoyo que sostienen nuestras vidas.

Los relatos de vidas salvadas gracias a esas hebras, aportan colorido, alegría, picardía, imaginación, poesía, esperanza, a la memoria en que se injertan, con lo que, además de educar para el nunca más, educan para seguir ayudando a la vida de otros con lo mejor de uno mismo. No hablan en favor de un grupo ni de su contrincante, sino de la humanidad con que desde un grupo se echa una mano salvadora al que está en peligro o necesidad por encontrarse en el grupo enemigo o extraño.

Los recuerdos con Hebras de Paz de Vida, si quedan excluidos de la memoria parecen cosa rara, excepcional, heroica, extraña, con valor anecdótico, como curiosidades o rarezas. Pero la razón de que no se encuentren es que no se buscan. Al buscarlos para injertarlos en la memoria, aparece una infinidad de hebras de paz como viejos muebles apartados en el desván de cualquier familia, obras de gente normal y corriente, ingeniosas, astutas, alentadoras. Eso ocurre en cualquier parte del mundo, porque todas las partes del mundo hacen memoria de tiempos marcados por violencias devastadoras.

La educación por la paz ha abierto otras vías para añadir una dimensión reconciliadora al “nunca más” que genera el rechazo a la violencia y la guerra. Un gran paso en esa dirección ha sido el diálogo entre relatos y preguntas de víctimas y victimarios que orquestó en África del Sur la “Comisión de la Verdad y la Reconciliación”.

Ejemplo de ello son también los encuentros reparadores que están teniendo lugar en América Latina y Europa entre personas afectadas por violencias enfrentadas o familiares de víctimas y victimarios. Pero estos encuentros no recuperan la paz que bajo la violencia más abrumadora sigue sosteniendo las vidas, como lo hacen las Hebras de paz viva.

A la memoria construida dejando de lado las hebras de paz le falta ese ingrediente de la realidad. Sin embargo ocultando ese ingrediente pretende ser la más realista, y aunque está bien que se esfuerce por mostrar más y más pliegues ocultos de la violencia al pretender así ser una memoria total, no lo es porque excluye sistemáticamente una parte muy humana de la misma realidad de la que hace memoria.

Una memoria con hebras de paz injertadas permite situar al afectado por violencia en la realidad de aquel tiempo, tratarle con sinceridad y afecto, reparar en lo posible los daños sufridos y protegerle del victimismo que se imbuye al afectado a quien se le plantea que es víctima de una violencia absoluta y total.

Una memoria con hebras de paz injertadas desmonta la imagen a través de la que una memoria sin hebras de paz percibe al otro como enemigo. (R. Wahlström, Senghaas, Jensen, Mark, Volcan, etc.) en la que el grupo contrario aparece como un diablo con cuernos – capacidad exagerada de hacer daño- y rabo – voluntad desmesurada de hacerlo- , homogéneo, sin distinción interna y – lo que es más grave – vacío de humanidad.

Las hebras de paz que no recoge la memoria colectiva, no se pierden en el olvido, sino que quedan atesoradas escondidas durante generaciones en la memoria íntima de las familias. El Proyecto Hebras puede, por eso, tratar de recogerlas y alentar a esas familias para que con ayuda de un entorno educador comprometido con la paz las hagan públicas y formen así parte de un bien común.